Mi tiempo, mi velocidad, el cambio
Carretera de un sólo carril sin arcén, bicicleta, coche en el mismo sentido, automóviles en sentido contrario…
Aquí es cuando se descubre que 60 segundos no duran un minuto.
El conductor del automóvil, en un muy elevado porcentaje, no soporta que su velocidad y tiempo se vean entorpecidos, enlentecidos, por otro usuario. Le molesta y, en muchas ocasiones, esa sensación bloquea su mente. Piensa que la vía es sólo para él y que todo aquello que le impide circular a «su» velocidad deseada, es un estorbo y no ha de estar ahí.
Cuestión de fuerza
Así piensa del camión, del tractor agrícola, del autobús, de la bicicleta, etc. Pero aunque la frustración por tener que reducir su velocidad se la provocan todos esos vehículos, no les trata igual a todos. Porque esto no va sólo de cómo reaccionamos en la carretera cuando nuestro expectativa de velocidad se ve interrumpida, esto va de fuerzas enfrentadas: «el más grande, más puede». Un coche no puede amenazar a un camión, pero con una bicicleta, con un peatón, sí puede porque él es más grande y si quisiera, los podría eliminar de la vía.
Aquí hace aparición ese característica del macho animal que saca pecho ante los otros machos, que quiere destacar con su fuerza para que la hembra se fije en él y así sentirse el poderoso, el más macho, el «yo soy más que tú». Actitud que este tipo de personajes ejerce en su vida diario con los que considera más débiles. Y hablando de la vía, el vehículo más débil es la bicicleta.
El automóvil transforma al más educado de los humanos en un ser irracional, maleducado, irritable, impaciente.
Es algo así como un virus que se introduce en el cuerpo nada más sentarte sobre el majestuoso carruaje de poder, llamado automóvil. El coche, y los publicistas lo saben, es un medio muy sencillo de cambiar el estatus social en el cual se te ha encasillado. Comprando un artilugio con ruedas puedes pasar de ser el más anónimo de los mortales, a que te perciban de forma diferenciada. ¡Cuántas veces no hemos visto automóviles transformados y personalizados o automóviles todo-terrenos que asemejan a un tanque militar! Su conductor ha pasado de la nada a ser objeto de todas las miradas. No compramos un mecanismo para desplazarnos, compramos estatus, nivel, posición, imagen, poder…
Perfil del conductor violento
Habría que realizar un análisis psicológico del conductor y de la razón de la transformación que sufre al ponerse al volante. Porque no se trata de una transformación individual que afecta a ese individuo exclusivamente. Cuando esta transformación se da de forma colectiva, ampliamente generalizada en un sistema, en una comunidad, en la carretera donde interactúan con otros individuos transformados también en seres violentos, poco empáticos e impacientes , ¿qué sucede?.
Conducir no es una práctica natural del ser humano. El hombre, como ser vivo, no ha sido diseñado para subirse a un medio de transporte que le mueva a una velocidad tan alta mientras ha de dominar y controlar frenos, intermitentes, acelerador, señales, volante, retrovisores, más usuarios, personas, bicicletas, camiones, carretera, baches, curvas, etc. El hecho casi automático para muchos que es conducir, expone al cerebro a un bombardeo de mucha información que éste ha de analizar, comprobar, coordinar y resolver. Todo eso en un tiempo muy reducido y con unos resultados que pueden afectar al resto de usuarios.
Si a todo esto le añadimos una sociedad que prioriza la individualidad sobre el colectivo, el éxito personal sobre el comunitario, obsesionados con la imagen propia, tenemos el caldo de cultivo perfecto para que el automóvil refleje todo eso y …más.
¿Le daríamos a un individuo egocéntrico, egoísta, desconsiderado y violento un arma mortalmente peligrosa? La realidad es que eso sucede a diario. Individuos de este perfil tienen en sus manos a diario, en cada carretera, un arma potencial a pesar de no estar preparados para manejarla.
Cuando este tipo de personas que sólo ve el «yo», que considera que su tiempo, su mundo, sus obligaciones, son más importantes que las del resto, cuando piensa que él es un dechado de perfección con la razón siempre de su lado, cuando este tipo de conductores encuentran un estorbo en su camino…¿qué pasa?.
La confrontación con el resto de individuos.
Quizás te habrás dado cuenta de que personas que nunca se enfadan, pacientes y templadas, cambian mucho cuando conducen. No es un fenómeno aislado.
Este ambiente general de facilidad para el enfado, el insulto ya la agresión propician un clima de confrontación.
Confrontación entre los que piensan que su vehículo les concede más derechos entre ellos mismos y confrontación con los otros usuarios de la vía que, aunque no piensan de esa forma, ven como sus derechos no son respetados. Acabamos en una especie de jungla donde impere la ley del más fuerte.
¿Y quién sale perdiendo en medio de todo este caldo de cultivo individualista y egocéntrico? Pues como podemos imaginar, el más débil. Sobre todo si se tiene la percepción de que es un » anti social», un «rarito».
El contraste que aporta la bicicleta
Aquí es cuando aparece la bicicleta. Un modo de transporte alternativo que refleja una manera alternativa de ver esta sociedad egoísta. Un vehículo que no está concebido para destacar, para ser el más veloz ni el más fuerte. Que no juega al «y yo más», sino más bien lo contrario.
Cuando un automóvil agrede a un ciclista, cuando se queja de tener que reducir su velocidad por su presencia, de tener que esperar para adelantar, se evidencia el choque entre dos formas de ver la vía, la vida: los que creen que «lo mío es lo importante» y los que consideran que el colectivo es lo correcto.
Para muchos de nosotros la bicicleta es más que un vehículo, es un modo de ver la vida, de comportarse en este mundo que nos ha tocado vivir. Es un agente del cambio social que cada vez se demanda más y, como todo cambio, genera resistencia. Sobre todo entre aquellos a los que les gusta el «establishment», lo dominante, lo establecido y que les beneficia, como es lógico. Lo cierto es que, a pesar de las resistencias, crece el número de los que desean un cambio al comprobar que otra sociedad es posible. Cada vez somos más los que estamos convencidos de que lo actualmente establecido no es lo mejor para el individuo ni para la sociedad.
La bicicleta y su papel en el cambio social
La bicicleta personifica ese modelo de cambio social. Ya no vale el «tanto tienes tanto vales», ya no interesa el aparentar, ya no destaca el más fuerte. Ahora queremos otro sistema que le dé protagonismo a la persona como miembro de un colectivo, valorando lo que aporta el individuo a la sociedad. Ahora y, cada vez más, está mal visto saltarse la norma, el engaño, la violencia, la mala educación, el individualismo, la contaminación, ahora los valores están siendo otros y la bicicleta, junto a otros agentes, es la forma de mostrar esos cambios.
Pensemos en la economía solidaria, la banca ética donde no se prima el obtener beneficios a costa de cualquier actividad, pensemos en los productos solidarios en los supermercados, la alimentación ecológica, el respeto a otros seres vivos, la construcción de viviendas bioclimáticas. El consumidor está cambiando y se vuelve crítico y demanda más. Ahora lee los ingredientes, la forma de producir, el transporte, ahora se pregunta y se cuestiona aspectos que antes admitía sin preguntar respondiéndose a sí mismo que «esto es así y no se puede hacer nada». El consumidor se ha dado cuenta que las cosas se pueden cambiar, que las podemos cambiar y que ese cambio comienza en uno mismo.
Ya no solo importa mi tiempo y mis preocupaciones, ahora también nos preocupamos en las repercusiones que pueda tener una decisión, una acción y la bicicleta es un claro ejemplo.
Ciudades ¿para el ciudadano?
Pensemos en las ciudades y el modelo sobre el que han sido construidas. La inmensa mayoría de nuestras ciudades se han vuelto insufribles por culpa del egoísmo, la búsqueda de una aparente «comodidad» y una presión que ha venido del mismo sistema que busca alimentarse a sí mismo en vez de buscar el bienestar de las personas. Sistemas cómodos entre individuos enajenados obedeciendo a la máxima: «¡No pienses, produce!».
La ciudad debe ser por definición un lugar de convivencia, donde prime el bienestar de sus habitantes, su calidad de vida. Está claro que el automóvil no debería ser el protagonista de la ciudad dado que su presencia no mejora el bienestar de las personas en las calles. Las ciudades del futuro tienden a reducir la presencia del automóvil, potenciando los medios de transporte benignos para la ciudad y sus habitantes, transporte público, bicicleta y desplazamientos a pie.
La fisionomía, el diseño de las ciudades ha de variar. Los polos de atracción, los lugares de trabajo, los comercios, no pueden primar el desplazamiento. Hemos de diseñar modelos de vida cercanos al individuo, todos nos beneficiaremos. El el futuro veremos cada vez más en nuestras ciudades aparecer zonas amplias, de esparcimiento y de relaciones humanas. Los niños regresarán a la calle y se harán dueños de las plazas. Las personas mayores y/o con movilidad reducida no quedarán enclaustradas ante la imposibilidad de enfrentarse a una ciudad hostil y la vida fluirá nuevamente.
La bicicleta es la personificación de ese cambio de actitud. Cuando veas una bicicleta piensa quién y qué va sobre ella. Lo más probable es que sea alguien que considera que necesitamos otra sociedad, una nueva versión del individuo.
Sobre ella va un revolucionario.
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