Fudenas 2014. Me esperaron en la Meta.

Normalmente uno se enamora de alguien, que entre otras cosas, “es” algo:  fontanero, médico, autónomo, panadero… A  veces,  ese alguien además, practica algún hobbie con más o menos entrega: hace fotos, le gusta cantar, practica la escalada, juega al fútbol, es un freaky de Star Wars… o lo que sea.

Pero yo me enamoré de un ciclista. Porque no es algo que hace, es lo que es.

Cuando le conocí me pareció “un señor muy serio”. No le encontré especialmente atractivo, aunque la verdad es que nunca ha sido algo muy decisivo en mis relaciones. Me suelo enamorar del contenido, no del continente…
La primera cita fue lo normal que cuentas y te cuentan. Contar un poco quién eres, qué haces con tu vida, cómo te ha ido con las relaciones de pareja y sobre todo, qué quieres…
Me sentí a gusto, pero tampoco me fui pensando que fuera el hombre de mi vida. La verdad es que en ese momento yo no buscaba una relación seria. Estaba convencida de que no me iba a enamorar en muuuucho tiempo.

Desde el principio sabía que montaba en bici, mucha gente lo hace, incluso yo que soy la personificación de la antideportista. Pero según pasaban las horas de charla, se iba desdibujando el velo de lo  que creemos ser y se ve lo que somos de verdad. Empecé entonces a conocer al ciclista dentro del hombre.

Pasé horas escuchándole hablar de forma apasionada de la bici, de sus carreras, de ídolos con pies de barro y de hombres llenos de barro que deberían ser ídolos. De afán, de superación, de ideales, de esfuerzo, de trabajo, de constancia, de sacrificio, de compañerismo, de amistad, de renuncias, de esperas, de metas que cruzas con lágrimas, a veces por llegar primero, y otras, casi todas, por llegar. De buscar ojos que te esperan, de no encontrarlos. De honestidad, de principios, de cabeza y corazón.
Me enamoré de un ciclista que me enseñó que la vida, al más puro estilo Forrest Gump, es como ir en bici.

Que da igual lo que pase durante la carrera, hay que seguir pedaleando.
Que el equilibrio está en el movimiento.
Que el camino no distingue entre ricos, pobres, intelectuales y obreros

Que hasta el final, no hay carrera ganada… ni perdida
Que los compañeros pueden ser rivales y los rivales, compañeros.
Que las carreras no siempre las gana el más rápido, ni el más fuerte.
Que eres tan fuerte como lo sea el más débil de tu equipo.
Que las cuestas y las montañas seguirán ahí, si hoy no pudiste, mañana.
Que siempre hay alguien mejor que tú.
Que siempre, cuando crees que ya no puedes, puedes hacer un poco más.
Que en la vida no siempre interesa ir rápido, pues te pierdes los detalles del paisaje, la sonrisa de aquellos con quienes te cruzas, la charla  y las risas con los amigos que van a tu lado.
Que la vida es un viaje que tú has de controlar, aunque a veces vayas lento, de subida, y a veces embalado, en el descenso.
Que lo importante al final, es de quién te despides cuando sales a montar y quién te recibe al llegar.

Y entre historias de ciclistas, de carreras y entrenamientos

De caídas, de lesiones, de fracturas en los huesos.
De duras recuperaciones, de adioses tempraneros.
De cimas imposibles e impasibles,  con los nombres en el suelo.
De hazañas memorables, del  fracaso inesperado.
De héroes, a golpe de pinchazos, falsamente encumbrados.
De “señores” en la bici y fuera de ella, de señores todo el tiempo.
De traiciones y lealtades, de amigos, enemigos, compañeros.
De ilusiones que se agotan, goteando saladas, sobre el suelo.
Del afán por superarse, de poder vencer al sufrimiento.
De gestas del que creías que era el más pequeño.
De victorias, abandonos  y derrotas.
De  aquellos que nunca vuelven, que siempre recordaremos.

Me cautivó la pasión que ponía en sus palabras.

Escuchando esas historias, se escribía nuestra historia.

El mayor reto, el más complejo, muchas veces me decía.
Con más cuestas que bajadas, sin ver, muchas veces, la cima.

Me enamoré de un ciclista  con todas sus consecuencias.
Me enamoré de un ser libre que vuela sobre dos ruedas.
Me enamoré y  prometí esperarle en sus metas.  

Y aquí estamos y pronto será ya nuestra tercera “Fudenas”.

Autora: Nohemi Hervada Palou